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La tolerancia activa
Resulta imposible la convivencia de diferentes proyectos de vida feliz si quienes los persiguen no son tolerantes con aquellos que tienen un ideal de felicidad distinto, de ahí que la ética cívica fuera naciendo al calor de distintos escritos sobre tolerancia, como una actitud sumamente valiosa. La tolerancia puede entenderse solo en un sentido pasivo, es decir, como una predisposición a no inmiscuirse en los proyectos ajenos por simple comodidad; o bien en un sentido activo, como una predisposición a respetar proyectos ajenos que puedan tener un valor, aunque no los compartamos. La tolerancia pasiva no sirve de base para construir un mundo junto: para construir hace falta tolerancia activa.
Un éthos dialógico
La idea de tolerancia activa, junto con los otros valores y el respeto a los derechos humanos, se expresan de forma óptima en la vida social a través de un tipo de actitud, que llamaremos la actitud o el éthos dialógico. Éthos que conviene potenciar, porque quien adopta semejante actitud a la hora de intentar resolver los conflictos que se plantean en su sociedad, si la adopta en serio, muestra con ello que tiene a los demás hombres y a sí mismo como seres autónomos, igualmente capaces de dialogar sobre cuestiones que les afectan, y que está dispuesto a atender a los intereses de todos ellos a la hora de tomar decisiones. Lo cual significa que toma en serio su autonomía, le importa atender igualmente a los derechos e intereses de todos, y lo hace desde la solidaridad de quien sabe que “es hombre y nada de lo humano puede resultarle ajeno”. Naturalmente cada quien llevara al dialogo sus convicciones y más rico será el resultado del mismo cuanto más ricas las aportaciones que a él se lleven, pero a ello ha de acompañar el respecto a todos los interlocutores posibles como actitud básica de quien trata de respetar la autonomía de todos los afectados por las decisiones desde la solidaridad. Este es sin duda el mejor modo de conjugar dos posiciones éticas: el universalismo y el respeto a la diferencia. Solo si reconocemos que la autonomía de cada hombre tiene que ser universalmente respetada, podremos exigir que se respeten sus peculiaridades, y la forma de hacerlo será a través de diálogos en los que cada quien exprese tales peculiaridades desde la unidad que supone saberse al menos mínimamente entendido y máximamente respetado.
La Ética Empresarial en el contexto de una ética cívica
No es posible una ética empresarial sin una ética cívica
Los valores de libertad, igualdad y solidaridad, concretados en los derechos humanos, el valor de la tolerancia activa, así como la imposibilidad de proponer a otros el propio ideal de vida si no es a través del dialogo y el testimonio, componen por el momento el caudal de la ética cívica en las sociedades con democracia liberal. Lo cual no significa tanto que todas las personas que viven en estas sociedades están de acuerdo en esos valores y derechos, como que las instituciones y organizaciones de tales sociedades cobran su sentido de protegerlos y defenderlos. Por eso todas ellas han de impregnarse de los mencionados valores, respetar y promocionar los derechos morales, e incorporales a su quehacer cotidiano, ya que, en caso contrario, quedan moralmente deslegitimados. Podemos decir que precisamente porque la ética de las instituciones cívicas ha alcanzado el nivel descrito, es posible una ética de la empresa.
Cada organización debe encarnar valores y respetar derechos atendiendo a la especificidad de su actividad y de lo que hemos llamado sus bienes internos, la moral cívica será enormemente plural y heterogénea, porque tendrá que contar, no solo con los mínimos comunes, sino también con los valores que resulten de la modulación de los mínimos en las distintas actividades. Por poner algún ejemplo, en el ámbito de la Bioética, que nació en los años setenta, el principio básico del trato igual a todos los seres humanos, puesto que todos merecen igual consideración y respeto, ha ido generando en la comunidad sanitaria tres principios morales internacionalmente compartidos, que se conocen como principio de beneficencia, autonomía y justicia. El personal sanitario debe proponerse con su actividad el bien del paciente, respetando su autonomía y teniendo en cuenta que la distribución de recursos escasos tiene implicaciones de justicia en la sociedad, que van más allá de la relación personal sanitario- paciente. Orientar la actividad sanitaria por unos principios semejantes supone adquirir unas virtudes que serán peculiares de esta actividad, aunque algunas de ellas serán comunes a otros tipos de ejercicio. ¿Qué rasgo son peculiares de la actividad empresarial?
La meta de la actividad empresarial es la satisfacción de necesidades humanas a través de la puesta en marcha de un capital, del que es parte esencial el capital humano (los recursos humanos), es decir, las capacidades de cuantos cooperan en la empresa. Por tanto, el bien interno de la actividad empresarial consiste en lograr satisfacer esas necesidades y, de forma inseparable, en desarrollar al máximo las capacidades de sus colaboradores, metas ambas que no podrán alcanzar si no es promocionando valores de libertad, igualdad y solidaridad desde el modo especifico en que la empresa puede y debe hacerlo. En este sentido en el que la recién nacida ética de la empresa tiene por valores irrenunciables la calidad en los productos y en la gestión, la honradez en el servicio, el mutuo respeto en las relaciones internas y externas a la empresa, la cooperación por la que conjuntamente aspiramos a la calidad, la solidaridad al alza, que consiste en explorar el máximo las propias capacidades de modo que el conjunto de personas pueda beneficiarse de ellas, la creatividad, la iniciativa, el espíritu de riesgo. Si las empresas no asumen este estilo, mal lo tienen para sobrevivir en estos tiempos.
No es posible una ética cívica sin una ética empresarial
En la vida cotidiana escuchamos criticas constantes a la inmoralidad de políticos, periodistas, empresarios, etc., criticas que nos llevan a decir en ultimo termino que es imposible ser político, periodista o empresario y a la vez comportarse de una forma éticamente correcta. Si esto fuera cierto, tendríamos que reconocer que es imposible participar en cualquiera de las organizaciones y actividades ciudadanas si ser inmoral, con lo cual sucedería:
a)    Que la vida humana se asienta sobre la inmoralidad constante (ya que todos vivimos de esas organizaciones)
b)   Que no habría ninguna ética cívica, porque mal puede haberla si la estructura de todos los sectores los hace necesariamente inmorales.
Si queremos una sociedad alta de moral, es indispensable que las distintas organizaciones se apresten a remoralizar, a poner “en forma” sus peculiares actividades.
Funciones de un ética cívica
Estos mínimos éticos de los que hemos hablado, son lo que nos permiten, además de llevar adelante una convivencia enriquecedora, realizar otras dos tareas:
1.  criticar por inmoral el comportamiento de personas e instituciones que violan tales mínimos.
2.  diseñar desde un esfuerzo conjunto las instituciones y organizaciones de nuestra sociedad, como es el caso de las empresas.
¿Cómo es posible criticar determinadas actuaciones o crear organizaciones legitimadas socialmente, si no hay convicciones morales compartidas desde las cuales hacerlo?
En lo que se refiere a las críticas, es innegable que en nuestra sociedad se producen fuertes criticas de inmoralidad contra determinadas conductas, como puede ser en política la corrupción y el tráfico de influencias; en el mundo empresarial, la adulteración de productos, la publicidad engañosa, la baja calidad; en el mundo financiero, la falta de transparencia, los manejos, la falta de compasión por el débil. ¿Qué sentido tiene criticar si partimos de la base de que no hay convicciones morales comunes? ¿No me puede responder aquel a quien critico que esa es mi convicción moral, pero que él tiene otras, igualmente respetables?
No parece, pues, que todo sea tan opinable y subjetivo como algunos quieren suponer, sino que si existen en moral exigencias y valores comunes, sobre la base de los cuales es posible argumentar y llegar a acuerdos.
Se puede aducir que estas críticas no son morales, sino legales: que un Estado de Derecho se mueve dentro de los límites de un marco legal, y que lo que está prohibido es lo que ese marco de leyes prohíbe.
Ética económica y Ética empresarial
Cuando nos introducimos en el ámbito de las relaciones entre ética y economía, nos encontramos con tres expresiones como mínimo estrechamente conectadas entre sí: ética económica, ética empresarial y ética de los negocios. En relación con ellas se ha desatado una viva polémica sobre si es la perspectiva empresarial o la de los economistas la que debe ostentar la primacía. Para muchos la “verdadera economía” es “lo que los empresarios manejan y dominan, y no lo que los economistas miden” y, desde esta perspectiva, serian los empresarios los principales responsables de la creación de riqueza, los “héroes de la vida económica”. Toda recuperación económica pasaría por la “resurrección” de los empresarios: la base moral del sistema capitalista se encontraría en el “espíritu de empresa”.
Sin embargo, la ética de los negocios no puede desligarse de una reflexión sobre el marco económico general en que vivimos, no puede desligarse de una ética del capitalismo.
·     La Ética Económica: se refiere, o bien a todo el campo en general de las relaciones sobre economía y ética, o bien específicamente a la reflexión ética sobre los sistemas económicos, en la que tienen actualmente un especial interés las reflexiones sobre la ética del capitalismo.
·     La Ética Empresarial o de los negocios: se centra principalmente en la concepción de la empresa como una organización económica y como una institución social, es decir, como un tipo de organización que desarrolla una peculiar actividad y en la que resulta fundamental la función directiva y el proceso de toma de decisiones.
Ética de la economía moderna
Capitalismo y modernidad
Hasta que se puso en marcha el conjunto de procesos específicos de la modernidad, la actividad económica estuvo ligada al orden institucional tradicional (la familia, la política y la religión). Con el capitalismo, la economía irrumpe con enorme fuerza en la sociedad y se convierte en un ámbito autónomo, que obedece leyes propias.
Así es como se pudo en marcha un potente motor de transformación material y espiritual del mundo, que venía a sustituir los cánones de la tradición por otra forma completamente diferente de ver el mundo y organizarlo. El Capitalismo “se convirtió gradualmente en el principio básico de organización de toda la economía”; y desde ahí impulso un proceso de modernización y de racionalización social, en cuya base se encuentra la libertad, porque el modo de producción capitalista requería un espacio libre para las actividades económicas.
Marx reconoció que el capitalismo propiciaba un enorme crecimiento económico y un progreso social revolucionario. El capitalismo, frente al autoritarismo, creo un espacio de libertad e incluso las bases económico – sociales para avanzar hacia una mayor justicia. “El capitalismo creo el mundo, el mundo como una unidad económica”. (M. Harrington)
En las sociedades precapitalistas la explotación económica (la capacidad de apropiarse de la riqueza) estaba basada en el poder político. El capitalismo fue una innovación radical, el mayor logro de la humanidad en toda su historia; una cultura y una civilización, al tiempo que un sistema económico, en el que la razón se convirtió en una potente fuerza económica y social. El capitalismo supuso un cambio en la forma de relacionarse los hombres entre sí, porque la expansión del mercado destrozo la sociedad tradicional. En este nuevo tipo de sociedad ya no bastaba la regulación ética de las relaciones personales para ordenar la vida, y era la primera formación económica y social que no necesitaba como soporte una regulación directamente fundamentada en el Dios de las religiones, sino que podía defender su dinámica autónoma como si se tratar de la racionalidad económico – social moderna.
La pregunta es entonces ¿Cómo regular con sentido ético las relaciones entre entidades mediadoras y entre instituciones o personas jurídicas en el marco de la racionalización social moderna? ¿Es inevitable prescindir de todo marco ético, pasar de la concepción antigua de la tradición occidental, en la que la sociedad estaba regida por un objetivo común, a una insuperable ruptura de la comunidad social y a la ausencia de toda ética racional en las nuevas relaciones sociales que la modernidad ha instaurado en virtud de sus nuevas mediaciones racionales (como las económicas)? ¿No hay valores compartidos capaces de guiar la actividad económica, pública y privada, en nuestro mundo moderno roto y fragmentado?
Racionalización social capitalista y empresa moderna
Parece que el capitalismo forma parte, de un ámbito cultural propio de la modernidad, como intento mostrar Max Weber destacando que la fuerza impulsora más importante del capitalismo ha sido la “racionalización”, la imposición progresiva de las técnicas racionales en todos los sectores de la sociedad, incluida la empresa. El fundamento de esta transformación racional del mundo puede retrotraerse a ciertas características “racionalizadoras” en el mundo judío y cristiano, que habían resurgido en Europa con la Reforma Protestante. Persiste la controversia sobre el carácter modernizador y propenso al capitalismo del protestantismo, controversia que se recrudece cuando recordamos que Weber muy probablemente se equivoco en su punto de vista sobre el carácter inhibidor de la modernidad atribuido a las tradiciones orientales. El auge actual de países como Japón nos obliga a reflexionar sobre las relaciones entre la diversidad cultural y el capitalismo, sobre la vinculación efectiva, y tan eficaz en la empresa japonesa, entre una forma cultural considerada “premoderna” y la modernización capitalista. En Japón tenemos un ejemplo de compenetración entre cultura premoderna y economía moderna con un gran alto nivel de rendimiento, y convertido para muchos en un verdadero ejemplo a imitar.
Sea cual fuera la respuesta que haya que dar al problema de las relaciones entre el pluralismo cultural y la economía moderna, una teoría de la modernidad ha de contar con una teoría del capitalismo y de la empresa, y desde ahí, vincular la ética del capitalismo y de la empresa con la de la modernidad. Quien mire la realidad desde la perspectiva de los procesos de modernización, considerara el capitalismo y la empresa como mecanismo de la vida social moderna, junto al Estado y al Derecho, que han servido de vehículo para institucionalizar la articulación de racionalidad y libertad.
Esta perspectiva de la inserción del capitalismo y la empresa dentro del complejo de los procesos de modernización tiene la ventaja  de atinar en los diagnósticos de nuestros tiempos y, contribuye a comprender lo que nos pasa y las vías de mejora de nuestra situación. Porque de lo contrario se achacan al capitalismo y a la vida empresarial un cúmulo de procesos (y males) que en realidad son producto de la modernización como tal.
La clave de las valoraciones y los diagnósticos habituales de la modernidad, entendida como un proceso de racionalización social capitalista (en el que la empresa ha ido ocupando un lugar cada vez más destacado) se encuentra en la dimensión ética.
Por un lado, algunos autores creen que el conflicto existente entre la eficiencia (racionalidad funcional) y el hedonismo socava la dimensión moral del sistema, cuando el hedonismo y el consumismo se convierten en la justificación cultural y moral del capitalismo.; otros consideran que h sido la subordinación de casi todos los ámbitos del mundo de la vida a los imperativos del sistema (económico y político) la que ha perturbado la infraestructura comunicativa del mundo de la vida. En ambos casos se recurre a la dimensión ética, ya sea mediante el fortalecimiento de las virtualidades morales del mundo de la vida, pero en ninguna de las dos alternativas se vincula la ética racional moderna con los mecanismos modernos de racionalización social económica y política, y todavía menos con el desarrollo moderno de la vida empresarial.
Ninguno de estos diagnósticos explicita como es debido la flexibilidad y la capacidad ética del capitalismo, en virtud de la cual este se ha transformado y convertido en un instrumento de progreso técnico y social. La transformación del capitalismo, y no su mera evolución, ha sido tan profunda que la contradicción básica de donde se derivan los más graves problemas no es ya la contradicción entre  el capital y el trabajo, y por eso “el socialismo democrático ha abandonado definitivamente la construcción de un modo de producción alternativo, que se la negación y la superación del modo de producción capitalista”.
Lo mismo ocurre con la empresa. Ha ido cambiando la imagen por la que se la consideraba el lugar por antonomasia de la “lucha de clases” y de la contradicción entre trabajo y capital. Con el tiempo el desarrollo de la racionalización moderna en la empresa se ha ido convirtiendo en gestión y en estrategias de innovación continua.
En este “capitalismo de rostro humano” el problema básico no es el que deriva de los intereses contrapuestos entre el capital y el trabajo, de ahí que algunos piensan que en realidad la transformación entre del capitalismo nos sitúa más bien en una etapa de transición hacia una denominado “post capitalismo”, algunos de cuyos caracteres indican que el capitalismo empresarial ha dejado de ser la fuente principal de la denominación. Para estar a la altura de los tiempos, habrá que resituar la empresa en este nuevo contexto ético- económico y actuar en consecuencia.
Por consiguiente, mientras no seamos capaces de ofrecer otras alternativas mejores, habrá que fortalecer la dimensión ética de los mecanismos económicos modernos y empresariales, habrá que descubrir y potenciar la ética de nuestras instituciones modernas (de la empresa, por ejemplo) como mecanismo de racionalización, porque ha sido la vertiente moral de la racionalidad el componente olvidado y reprimido a favor de otros aspectos, necesarios, pero insuficientes para el autentico desarrollo de los propios mecanismos económicos y empresariales. Uno de los aspectos que requería el desarrollo moderno se ha atrofiado y por eso el producto ha sido deforme: porque no se ha puesto en marcha con equilibrio el conjunto de componentes que requería la propia racionalización moderna. También aquí hemos cometido una “falacia abstractiva”, alimentada por la ficción postmoderna, porque al prescindir de la necesaria dimensión ética de la racionalidad moderna, esta se ha experienciado como un fracaso.
Antes de arrumbar las instituciones económicas modernas y sus mecanismos racionalizadores, convendrá hacer, todavía un experimento que las ponga a prueba en su sentido integral, mediante la incorporación operativa de su intrínseca dimensión ética. Porque, además, la historia acredita que la progresiva transformación ética del capitalismo y de la empresa moderna ha producido innegables frutos de progreso social.
Lo razonable y conveniente sería proseguir este camino de transformación progresiva del capitalismo y de las empresas desde una inspiración ética, que impulse y oriente diseños operativos que vayan corrigiendo los mecanismos que producen injusticias y dominación en las diversas esferas de la cada vez más compleja vida económica y empresarial.
¿Ética del Capitalismo?
El capitalismo parece no soportar la moral, para servirse de ella y utilizarla para sus propios fines, porque el móvil fundamental consiste en la obtención de la mayor ganancia posible y además presupone una visión del hombre como homo oeconomicus, que en el fondo instaura el egoísmo como base antropológica y moral del sistema.
También ha existido una concepción moral del capitalismo que no solo le considera capaz de producir riqueza y bienestar, sino que insiste además en su carácter moral, y es esta concepción la que se ha ido consolidando últimamente, es decir, la que propugna cada vez con más fuerza que la ética es uno de sus pilares fundamentales. Recurren para ello sus defensores a la tradición de la filosofía moral moderna, de la que surgió precisamente el estudio y justificación de la economía moderna como tal.
Porque realmente el desarrollo del capitalismo siempre ha estado ligado a alguna forma de concepción moral, más o menos explícita. Las concepciones éticas que han acompañado al capitalismo han variado, y en la actualidad van desde las que añoran la inicial ética puritana de los orígenes del capitalismo, pasando por aquellas que lo defienden basándose en el derecho natural y las que siguen ligadas a alguna forma de utilitarismo, hasta las nuevas éticas de la justicia económica.
Hablaremos más bien de éticas del capitalismo o en los capitalismos, destacando que en algunas de ellas se detecta una tendencia predominantemente legitimadora y en otras, transformadora del capitalismo. Es en esta última tendencia transformadora en la que pretendemos inscribirnos.