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Guía 4

Ética cívica
Según Pedro Laín Entralgo ética cívica es aquella que cualquiera que sean nuestras creencias últimas (religión positiva, agnosticismo o ateísmo), debe obligarnos a colaborar lealmente en la perfección de los grupos sociales a los que pertenezcamos: una entidad profesional, una ciudad, una nación unitaria o, una nación de nacionalidad y regiones. Sin un consenso tácito entre los ciudadanos acerca de lo que sea esencialmente esa perfección, la moral cívica no parece posible”.
En lo que se refiere a la moral, una buena parte de la población puede entenderla como una parte de la religión. Se pensaba que si la ética quiere indicarnos que carácter o estilo de vida hemos de asumir para ser felices, nadie puede descubrirlo a nuestros ojos  mejor que Dios mismo que nos ha creado. Se creía que la moral debía quedar asumida en la religión, que era como el saber para forjar un estilo de vida o para llegar a decisiones justas. Y en este sentido, debía dividirse en dos partes: la ética individual, que se refería a los deberes y virtudes que un individuo debe asumir para alcanzar su perfección, y la ética social, preocupada por las relaciones que los hombres entablan entre sí en la familia, en el trabajo y en la vida política.
Las cuestiones empresariales quedaban englobadas en la ética social, que era, a su vez una parte aplicada de la religión; sin embargo, hay que reconocer que el poder político tiende a atender a la iglesia en cuestiones de moral individual que en cuestiones de moral social. En cualquier caso, la ética aparecía como parte de la religión y como fundamentada exclusivamente en ella.
¿Podía alguien no creyente tener conciencia de estas cuestiones morales? Desde esta concepción de lo moral el no creyente se encontraba en una situación compleja a este respecto: por una parte se suponía que todos los hombres están dotados de una razón natural que les permite tener conciencia de las obligaciones morales, pero, por otra, el no creyente ya no podía encontrar un fundamento por el que fuera obligatorio cumplir esos deberes. Entonces alguien podría preguntarse: ¿Por qué debo cumplir determinados mandatos, que no son jurídicos, políticos o sociales, sino que interpelan a mi conciencia sin saber cuál es su origen?, el no creyente no pudiera (desde sus perspectivas) responder. Pero es humano se inclina a tratar de averiguar las razones por las que nos sentimos obligados a hacer algo, era peligroso suponer que el no creyente acabara dejando de sentirse orientado por lo moral, al carecer de razones para obedecerlo.
Sin religión, ¿queda algún fundamento racional para seguir presentando a todos los ciudadanos exigencias morales, o es preciso reconocer con el personaje de Dostoievski, Iván Karamazov, que “si Dios no existe, todo está permitido”? Hoy se piensa que no podemos llegar al “todo vale” en materia moral, sino alcanzar una moral cívica, que se ha ido abriendo paso, unos mínimos morales compartidos. A esos mínimos los llamamos “moral cívica”. Este tipo de moral nació con la Modernidad y es uno de los factores que hoy nos permite hablar de una ética empresarial, como también de una ética médica, ecológica, y de las distintas instituciones y profesiones, porque si es una sociedad no existe un núcleo de valores morales compartidos.
Características de la ética cívica
1. Ética de mínimos: que la ética cívica es una ética de mínimos significa que lo que comparten los cuidadnos de una sociedad moderna no son determinados proyectos de felicidad, porque cada uno de ellos tiene su propio ideal de buen vivir, así sea religioso, agnóstico o ateo, y nadie tiene derecho a imponerla a otros por la fuerza. Las concepciones religiosas, agnósticas o ateas del mundo que propongan un modelo de la vida feliz constituyen lo que llamamos “ética de máximos”, y en una sociedad verdaderamente moderna son plurales; por eso podemos hablar en ellas de un pluralismo moral. Una sociedad pluralista es, entonces, aquella en la que conviven personas y grupos que se proponen distintas éticas de máximos, de modo que ninguno de ellos pueda imponer a los demás sus ideales de felicidad, sino que, a lo sumo, les invita a compartirlos a través del diálogo y el testimonio personal. Por el contrario, es totalitaria, una sociedad en la que un grupo impone a los demás su ética de máximos, su ideal de felicidad, de suerte que quienes no la comparten se ven coaccionados y discriminados. Precisamente el pluralismo es posible en una sociedad cuando sus miembros, a pesar de tener ideales morales distintos, tienen también en común unos mínimos morales que les parecen innegociables, y que no son compartidos porque los distintos sectores han ido llegando motu propio a la convicción de que son los valores y normas a los que una sociedad no puede renunciar sin hacer dejación de su humanidad.
2. Ética de ciudadanos, no de súbditos: es un tipo de convicción al que nos lleva la experiencia propia o ajena, pero sin imposición, la ética cívica solo ha sido posible en formas de organización política que sustituyen el concepto de súbditos por el de ciudadanos. Porque mientras se considere a los miembros de una comunidad política como súbditos, como subordinados a un poder superior, resulta difícil pensar que tales súbditos van a tener capacidad suficiente como para poseer convicciones morales propias en lo que respecta a su modo de organización social. Lo fácil es pensar en ello como menores de edad, también moralmente, que necesitan del paternalismo de los gobernantes para poder llegar a conocer qué es lo bueno para ellos.
3. Ética de la modernidad: La Ilustración sería la  época de la entrada de los hombres en la mayoría de edad, en virtud de la cual ya no quieren dejarse guiar como con andaderas por autoridades que no se hayan ganado su crédito a pulso, sino que quieren orientarse por su propia razón. Sapere aude! Es, según Kant, la divisa de la ilustración: “atrévete a servirte de tu propia razón”. El paternalismo de los gobernantes va quedando deslegitimado y en su lugar entra el concepto moral de autonomía, porque aunque la ética y la política no se identifican, están estrechamente relacionadas entre sí, como lo están también con la religión y el derecho, de suerte que un tipo de conciencia política (como es la idea de ciudadanía) está estrechamente ligado a un tipo de conciencia moral (como es la idea de autonomía)
Derechos Humanos
Igualdad no significa “igualitarismo”, porque una sociedad en que todos los hombres fueran iguales en cuanto a contribución, responsabilidades, poder y riqueza es imposible alcanzar sino a través de una fuerte dictadura, que es justo lo contrario de la autonomía que acabamos de reconocer. “Igualdad” significa aquí lograr para todos iguales oportunidades de desarrollar sus capacidades, corrigiendo las desigualdades naturales y sociales, y ausencia de dominación de unos hombres por otros, ya que todos son iguales en cuanto autónomos y en cuanto capacitados para ser ciudadanos.
Libertad (o autonomía) e igualdad son los dos primeros valores que acogió como suyos aquella Revolución Francesa de 1789, de la que surgió la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Y son efectivamente dos de los valores que componen el contenido de la ética cívica. El tercero es la fraternidad, que con el tiempo las tradiciones socialistas, entre otras, transmutaron en solidaridad, un valor que es necesario encarnar si de verdad creemos que es una meta común la de conseguir que todos los hombres se realicen igualmente en su autonomía.
Los valores pueden servir de guía a nuestras acciones, pero para encarnarlos en nuestras vidas y en las instituciones necesitamos concretarlos, y podemos considerar a los derechos humanos en sus distintas generaciones como concreción de estos valores que componen la ética cívica.