Ética cívica
Según
Pedro Laín Entralgo ética cívica es aquella que cualquiera que sean nuestras
creencias últimas (religión positiva, agnosticismo o ateísmo), debe
obligarnos a colaborar lealmente en la perfección de los grupos sociales a los
que pertenezcamos: una entidad profesional, una ciudad, una
nación unitaria o, una nación de nacionalidad
y regiones. Sin un consenso tácito entre los ciudadanos acerca de lo que sea
esencialmente esa perfección, la moral cívica no parece posible”.
En
lo que se refiere a la moral, una buena parte de la población puede entenderla
como una parte de la religión. Se pensaba que si la ética quiere indicarnos que
carácter o estilo de vida hemos de asumir para ser felices, nadie puede
descubrirlo a nuestros ojos mejor que Dios mismo que nos ha creado. Se creía que la moral debía quedar asumida en la religión, que era como el saber para forjar un estilo de vida o para llegar a decisiones justas. Y en
este sentido, debía dividirse en dos partes: la ética individual, que se refería a los deberes y virtudes que un
individuo debe asumir para alcanzar su perfección, y la ética social, preocupada por las relaciones que los hombres
entablan entre sí en la familia, en el trabajo y en la vida política.
Las
cuestiones empresariales quedaban englobadas en la ética social, que era, a su
vez una parte aplicada de la religión; sin embargo, hay que reconocer que el
poder político tiende a atender a la iglesia en cuestiones de
moral individual que en cuestiones de moral social. En cualquier caso, la ética
aparecía como parte de la religión y como fundamentada exclusivamente en ella.
¿Podía
alguien no creyente tener conciencia de estas cuestiones morales? Desde esta
concepción de lo moral el no creyente se encontraba en una situación compleja a
este respecto: por una parte se suponía que todos los hombres están dotados de
una razón natural que les permite tener conciencia de las obligaciones morales,
pero, por otra, el no creyente ya no podía encontrar un fundamento por el que
fuera obligatorio cumplir esos deberes. Entonces alguien podría preguntarse: ¿Por qué debo cumplir determinados mandatos, que no
son jurídicos, políticos o sociales, sino que interpelan a mi conciencia sin
saber cuál es su origen?, el no creyente no pudiera (desde sus perspectivas) responder. Pero es humano se inclina a tratar de averiguar las razones por las
que nos sentimos obligados a hacer algo, era peligroso suponer que el no
creyente acabara dejando de sentirse orientado por lo moral, al carecer de
razones para obedecerlo.
Sin
religión, ¿queda algún fundamento racional para seguir presentando a todos los
ciudadanos exigencias morales, o es preciso reconocer con el personaje de
Dostoievski, Iván Karamazov, que “si Dios no existe, todo está permitido”? Hoy
se piensa que no podemos llegar al “todo vale” en materia moral, sino alcanzar
una moral cívica, que se ha ido abriendo
paso, unos mínimos morales compartidos.
A esos mínimos los llamamos “moral cívica”. Este tipo de moral nació con la Modernidad y es uno de
los factores que hoy nos permite hablar de una ética empresarial, como también
de una ética médica, ecológica, y de las distintas instituciones y profesiones,
porque si es una sociedad no existe un núcleo de valores morales compartidos.
Características
de la ética cívica
1. Ética
de mínimos: que
la ética cívica es una ética de mínimos significa que lo que comparten los
cuidadnos de una sociedad moderna no son determinados proyectos de felicidad,
porque cada uno de ellos tiene su propio ideal de buen vivir, así sea religioso,
agnóstico o ateo, y nadie tiene derecho a imponerla a otros por la fuerza. Las
concepciones religiosas, agnósticas o ateas del mundo que propongan un modelo
de la vida feliz constituyen lo que llamamos “ética de máximos”, y en una
sociedad verdaderamente moderna son plurales; por eso podemos hablar en ellas
de un pluralismo moral. Una sociedad
pluralista es, entonces, aquella en la que conviven personas y grupos que se
proponen distintas éticas de máximos, de modo que ninguno de ellos pueda
imponer a los demás sus ideales de felicidad, sino que, a lo sumo, les invita a
compartirlos a través del diálogo y el testimonio personal. Por el contrario,
es totalitaria, una sociedad en la
que un grupo impone a los demás su ética de máximos, su ideal de felicidad, de
suerte que quienes no la comparten se ven coaccionados y discriminados.
Precisamente el pluralismo es posible en una sociedad cuando sus miembros, a
pesar de tener ideales morales distintos, tienen también en común unos mínimos
morales que les parecen innegociables, y que no son compartidos porque los
distintos sectores han ido llegando motu propio a la convicción de que son los
valores y normas a los que una sociedad no puede renunciar sin hacer dejación
de su humanidad.
2. Ética
de ciudadanos, no de súbditos:
es un tipo de convicción al que nos lleva la experiencia propia o ajena, pero
sin imposición, la ética cívica solo ha sido posible en formas de organización
política que sustituyen el concepto de súbditos
por el de ciudadanos. Porque mientras
se considere a los miembros de una comunidad política como súbditos, como subordinados
a un poder superior, resulta difícil pensar que tales súbditos van a tener
capacidad suficiente como para poseer convicciones morales propias en lo que
respecta a su modo de organización social. Lo fácil es pensar en ello como
menores de edad, también moralmente, que necesitan del paternalismo de los
gobernantes para poder llegar a conocer qué es lo bueno para ellos.
3. Ética
de la modernidad:
La Ilustración sería la época de la entrada de los hombres en la mayoría de edad, en virtud de la
cual ya no quieren dejarse guiar como con andaderas por autoridades que no se
hayan ganado su crédito a pulso, sino que quieren orientarse por su propia
razón. Sapere aude! Es, según Kant, la divisa de la ilustración: “atrévete a servirte de tu
propia razón”. El paternalismo de los gobernantes va quedando deslegitimado y en su lugar entra el concepto moral de autonomía, porque aunque la ética y la
política no se identifican, están estrechamente relacionadas entre sí, como lo
están también con la religión y el derecho, de suerte que un tipo de conciencia
política (como es la idea de ciudadanía) está estrechamente ligado a un tipo de
conciencia moral (como es la idea de autonomía)
Derechos
Humanos
Igualdad no significa “igualitarismo”,
porque una sociedad en que todos los hombres fueran iguales en cuanto a
contribución, responsabilidades, poder y riqueza es imposible alcanzar sino a
través de una fuerte dictadura, que es justo lo contrario de la autonomía que
acabamos de reconocer. “Igualdad” significa aquí lograr para todos iguales
oportunidades de desarrollar sus capacidades, corrigiendo las desigualdades
naturales y sociales, y ausencia de dominación de unos hombres por otros, ya
que todos son iguales en cuanto autónomos y en cuanto capacitados para ser
ciudadanos.
Libertad (o autonomía) e igualdad son los
dos primeros valores que acogió como suyos aquella Revolución Francesa de 1789,
de la que surgió la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Y son
efectivamente dos de los valores que componen el contenido de la ética cívica.
El tercero es la fraternidad, que con
el tiempo las tradiciones socialistas, entre otras, transmutaron en solidaridad, un valor que es necesario
encarnar si de verdad creemos que es una meta común la de conseguir que todos
los hombres se realicen igualmente en su autonomía.
Los
valores pueden servir de guía a nuestras acciones, pero para encarnarlos en
nuestras vidas y en las instituciones necesitamos concretarlos, y podemos
considerar a los derechos humanos en sus distintas generaciones como concreción
de estos valores que componen la ética cívica.