Hedonismo
Todos
los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor, tenemos que reconocer como
primera premisa que el móvil del comportamiento animal y del humano es el
placer. La moral es entonces el tipo de saber que nos invita a perseguir la
mayor felicidad del mayor número posible de seres vivos, a calcular las
consecuencias de nuestras decisiones, teniendo por meta la mayor felicidad del
mayor numero.
El origen
etimológico de la palabra hedonismo es griego. Procede del término hedonismos que se conforma por
dos partes claramente diferenciadas: hedone que es sinónimo de placer y el sufijo ismos que puede definirse como
cualidad o doctrina.
Se
denomina Hedonistas a los defensores de esta posición, que nace en Grecia de la
mano de Epicuro. Pero a partir de la modernidad la más relevante de las
posiciones hedonistas en Ética es el llamado “utilitarismo”, que utiliza la máxima
de la mayor felicidad del mayor número como criterio para decidir ante dos
cursos alternativos de acción. Como para hacer ese cálculo es preciso tener en
cuenta las consecuencias de cada uno de los cursos de acción y valorarlos desde
la perspectiva del placer que proporciona cada uno de ellos, se denomina a este
tipo de ética teleológica o consecuencialista y se le suele contraponer a las éticas
llamadas deontológicas, que se preocupan ante todo del deber y de las normas que
nacen del respeto a determinados derechos de los hombres. Los clásicos del
utilitarismo son Bentham, Mill y Sigdwich.
Kantismo
Otra
posición defiende que, aunque todos los seres vivos tiendan al placer, no es
esta la cuestión moral por excelencia, sino mas bien la de que seres tienen
derecho a ser respetados, que seres tienen dignidad y no pueden ser tratados
como simples mercancías y por tanto que deberes han de cumplirse en relación
con ellos.
Entre
todos los seres existentes, solo los hombres tienen dignidad, porque solo ellos
son libres. Son libres porque pueden elegir y porque pueden regirse por sus
propias leyes. El fundamento de la moral es entonces la autonomía de los
hombres, el hecho de que pueden darse leyes a si mismos que son por lo tanto
validas para todos ellos.
Estas
éticas que consideran como elemento moral por excelencia los deberes que surgen
de considerar a los hombres como sujeto de derecho, se suelen denominar deontológicas,
en contraste con las teleológicas, que ven en el cálculo de las consecuencias
el momento moral central. Quien por primera vez defendió esta posición ética deontológica
fue Kant, su afirmación de que los seres racionales son fines en si mismos,
tienen un valor absoluto y no pueden ser tratados como simples medios es
defendida por las éticas actuales y constituye el fundamento de la idea de
dignidad humana.
Ética
del dialogo
La
razón humana es dialógica y por lo tanto no se puede decidir que normas son
morales si no es a través de un dialogo que se celebre entre todos los
afectados por ellas y que lleguen a la convicción por parte de todos de que las
normas son correctas. Esta posición recibe el nombre de Ética dialógica,
comunicativa o discursiva, son sus creadores Apel y Haberlas y tiene hoy en día
seguidores en muchos países.
Creen
que es posible establecer una distinción entre dos tipos de racionalidad: la
racionalidad comunicativa de que hace uso quien considera a los afectados por
una norma como interlocutores perfectamente legitimados para exponer sus
intereses y para ser tenidos en cuenta en la decisión final, de modo que la
meta del dialogo es llegar a un acuerdo que satisfaga los intereses de todos
los afectados por ella y la racionalidad estratégica, de que hace uso quien
considera a los demás interlocutores como medios para sus propios fines y se
plantea el dialogo como un juego en el que trata de intuir que jugadas pueden
hacer los demás para preparar la suya y ganarles.
Se
suele entender que la empresa debe regirse por la racionalidad estratégica,
dirigida a obtener el máximo beneficio, mientras que el momento moral es el de
la racionalidad comunicativa, pareciendo entonces que empresa y ética son
incompatibles. Sin embargo, cualquier ética aplicada (también la empresarial)
debe recurrir a los dos tipos de racionalidad, porque ha de contar a la vez con
estrategias y con una comunicación porque la que considera a los demás como los
interlocutores validos.
La
ética discursiva es, en principio, deontológica porque no se ocupa directamente
de la felicidad ni de las consecuencias, sino de mostrar como la razón humana
si ofrece un procedimiento para decidir que normas son moralmente correctas:
entablar un dialogo entre todos los afectados por ellas que culmine en un
acuerdo, no motivado por razones externas al dialogo mismo, sino porque todos están
convencidos de la racionalidad de la solución. Es esta una posición deontológica
que exige tener en cuenta las consecuencias en el momento de la aplicación.
Ética
aplicada
La
ética aplicada tiene por objeto aplicar los resultados obtenidos a los
distintos ámbitos de la vida social, tendremos que averiguar de que modo pueden
ayudarnos a tomar decisiones la máxima utilitarista de lograr el mayor placer
del mayor numero, el imperativo kantiano de tratar a los hombres como fines en
si mismos y no como simples medios o el mandato dialógico de no tener por
correcta una norma si no la deciden todos los afectados por ella, tras un
dialogo celebrado en condiciones de simetría.
La
ética de la empresa es, en este sentido, una parte de la ética aplicada. Por
eso la tarea de la ética aplicada no consiste solo en la aplicación de los
principios generales, sino en averiguar a la vez cuales son los bienes internos
que cada una de las actividades debe proporcionar a la sociedad, que metas debe
perseguir y que valores y hábitos es preciso incorporar para alcanzarlas.
La
fundamentación filosófica puede proporcionar aquel criterio racional que pedíamos
al final del apartado pero este no puede aplicarse sin tener en cuenta la
peculiaridad de la actividad a la que quiere aplicarse y la moral civil de la
sociedad correspondiente.