¿Legitimación o transformación del capitalismo?
El empresario burgués.
En el temprano desarrollo del capitalismo el impulso
económico inicial estuvo controlado por las restricciones del puritanismo y la
ética protestante.
El espíritu capitalista se desarrollo a través del espíritu de empresa (afán de lucro,
espíritu aventurero y el espíritu burgués
(prudencia reflexiva, circunspección calculadora, ponderación racional,
espíritu de orden y de economía). Las virtudes burguesas eran la “santa
economicidad” (o buena administración: gastar menos de lo que se gana y por
tanto ahorrar, racionalizar, evitar el despilfarro y la ociosidad) y la moral
de los negocios (la formalidad comercial, la seriedad)
Además de la mentalidad calculadora, la ética
protestante y el puritanismo fueron códigos que exaltaban el trabajo, la
solidaridad, la prudencia. Cada hombre tenía que examinarse y controlarse a sí
mismo, someterse a un código comunitario. El núcleo del puritanismo era un
intenso celo moral por la regulación de la conducta cotidiana, como si s
hubiera sellado un pacto del que todos compartían la responsabilidad. El
individuo tenía que preocuparse por la conducta de la comunidad, el sistema
valorativo funcionaba como base del orden social y servía para movilizar a la
comunidad y reforzar la disciplina. De este modo se ponía el énfasis ético en
la formación del carácter (sobriedad,
probidad, trabajo). Otra fuente de la ética del capitalismo fue el
protestantismo pragmático (por ejemplo, de Franklin) “salir adelante” mediante
la laboriosidad y la astucia. El impulso moral con fuerza motivacional
vinculante era el mejoramiento por el propio esfuerzo. De este modo la
legitimidad del capitalismo provenía de un sistema de recompensas enraizado en
el trabajo como cimiento moral de la sociedad. Se trataba de un éthos nuevo: una nueva ética dirigida
hacia un mundo de posibilidades abiertas y ganancias a través de proyectos
útiles.
En la formación de esta nueva mentalidad económica y
pragmática influyeron ciertas ideas morales protestantes, especialmente el
calvinismo.
No obstante esta teoría, se ha desacreditado, ya que
algunos historiadores descubrieran la relevancia del pensamiento católico en el
origen y desarrollo del capitalismo. En cualquier caso, lo decisivo es que el
espíritu del capitalismo constituye un nuevo estilo de vida: afán de lucro para
vivir, aspirar a obtener ganancias ejerciendo una profesión. Se acrecienta así
el interés terrenal de los individuos. Pero todo ello dentro de una valoración
ética, incluso religiosa, de la vida profesional: la “profesión” es una
actividad especializada y permanente de un hombre que constituye para él una
fuente de ingresos y un fundamento económico seguro de su existencia.
He aquí una ética de la racionalidad económica, de
la rentabilidad y del trabajo, con el fin de vivir bien (ser feliz); y apoyada
en una combinación de puritanismo y pragmatismo en la personalidad del empresario burgués como nuevo sujeto
económico.
El interés propio y la “mano invisible”
Desde cierta tradición de filosofía moral, que para
algunos se remonta a Aristóteles y para otros a Spinoza, en la propia
naturaleza humana encontramos el principio básico de la ética que inspira la
actividad económica. El interés individual, la autoafirmación del propio ser,
el instinto natural de conservación, que en el ser humano se desarrolla en el
medio de la conciencia, constituye el fundamento natural de la ética.
El interés se convierte en un elemento esencial de
la ética social moderna, por encima de las pasiones (pero sin dar el salto
hacia una razón moral abstracta y desencarnada, presuntamente “desinteresada),
ya que el interés individual constituye la mejor garantía del orden social y el
interés económico es enormemente eficaz para regir los asuntos humanos. De ahí
el auge de la ética del amor propio y del egoísmo ilustrado en la economía
desde Adam Smith. El deseo de mejorar la situación propia es una fuente
inagotable de beneficios para la sociedad entera, ya que impulsa a crear,
innovar y asumir riesgos. Por eso, en esta tradición ética se mantiene una
actitud, ni rigorista ni cínica, centrada en el propio interés como motor,
aunque sometido a las regulaciones de la justicia. Esta ética, en la que la
moralidad no se opone al bienestar ni a las inclinaciones egoístas, sirve de
base a una concepción del capitalismo no incompatible con las exigencias
morales.
Adam Smith encontró así el mecanismo básico de un
sistema económico que se controla a sí mismo por la competencia del mercado;
este crea bienestar y armonía social, en la medida en que permite que la
tendencia al provecho privado de cada uno produzca el bien de todos. Según Smith, este “sistema
de la libertad natural” ha de completarse con una legislación estatal y una
administración fiable de justicia, que tiene que proteger a cada miembro de la
sociedad frente a la injusticia y a la opresión. En la riqueza de las naciones pueden encontrarse algunos textos,
preocupados por el marco ético y político de los mecanismos puramente
económicos. Y en la Teoría de los sentimientos morales se muestra
que el interés propio de los individuos permanece ligado a sus
“sentimientos naturales” de simpatía,
porque el desmedido interés por si mismo perturba la relación social, que, en
cambio, es protegida por el sentimiento “natural” de simpatía hacia el otro y
por el sentimiento “natural de culpa”. La preocupación ética de Smith es,
innegable. Sin amargo, la “mano invisible” del mercado y un cierto mito de “lo
natural” parecen garantizar el orden moral de la sociedad: una cierta
perspectiva naturalista persiste en el pensamiento económico, perspectiva que
otras éticas económicas intentaran superar mediante una fundamentación racional
de las normas y de la intervención en el orden económico.
El principio de utilidad y sus límites
Una ética que contribuyo a este último propósito fue
la utilitarista, fundada por Bentham. El utilitarismo representa una concepción
ética auténticamente moderna para
fundamentar racionalmente normas desde un principio ético universal y
pragmático de la acción, el principio
utilitarista.
Algunos años antes de la obra de Bentham, Kant fundo
un potente y radical enfoque de ética racional moderna en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, y
en la Critica de
la razón práctica, que sin embargo, no parece haber influido apenas sobre
las ciencias económicas. En cambio, el programa utilitarista de Bentham, ha
inspirado grandes partes de la economía nacional (especialmente la teoría
neoclásica de la utilidad marginal y la economía del bienestar) la razón
profunda del éxito del utilitarismo y la falta de relevancia de Kant en
economía puede encontrarse en la diferencia fundamental entre sus respectivos
conceptos de la racionalidad práctica. El
principio moral utilitarista parece formular las exigencias éticas de la
racionalidad económica; exige que tengamos en cuenta si las consecuencias
de la acción son buenas, en el sentido de provechosas (útiles) para satisfacer
las necesidades humanas mediante un cálculo hedonista, de tal modo que
contribuyan a “la mayor felicidad del mayor número).
El “principio de utilidad” pretende lograr una
conexión de racionalidad, hedonismo y universalidad, que caracteriza al
utilitarismo moderno (a diferencia del antiguo que era individualista y
egoísta). Pero su presunto universalismo es más bien una mera defensa de la
mayoría como criterio moral, a diferencia de Kant, que se rige por un principio
estricto y radical de universalización. Y, por otra parte, el hedonismo
utilitarista entra en colisión con la exigencia Kantiana de llegar a discernir
lo que significa una buena voluntad. Sin esta y sin un autentico universalismo
la racionalidad ética utilitarista queda muy mermada a la hora de llevar a cabo
su proyecto de reformar la sociedad con el fin de armonizar racionalmente los
diversos intereses y lograr un orden social que favorezca la felicidad de
todos.
El utilitarismo ha gozado de gran audiencia en el
campo de la ética normativa. Se confiaba en su concepción de la racionalidad como eficiencia para evaluar moralmente las consecuencias, maximizando el bien y minimizando el mal conforme a
dos criterios: el bienestar y la suma de utilidades individuales. Los problemas
del utilitarismo son muy graves, tanto en el modelo cardinalista (suma de
utilidades individuales como medida del bienestar social) como en el
ordinalista (“optimalidad de Pareto”), ya que los criterios de la tradición
utilitarista empleados en la economía del bienestar son compatibles con
situaciones de enorme desigualdad y, por tanto, insensibles a la injusticia,
así como a la posible marginación de minorías en beneficio del bienestar de la
mayoría.